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lunes, 12 de octubre de 1992

Pregó 1992


1992 MIGUEL DOMÉNECH 

Sr. Presidente y miembros de la Asociación de Moros i Cristians Sant Blai. Comisión de Fiestas del Santissim Crist del Sagrari. Autoridades. Festers. Señoras y señores. Amigos. Buenas noches.

No sin cierto pudor he de confesar hoy ante todos ustedes que, cuando propusieron presentarme como Pregonero Oficial de estas magníficas fiestas, en un paraje que ha sido y continua siendo castillo de mil y un musas, mi primera reacción fue la de buscar un pretexto que me permitiese evadirme de tal compromiso.

Pero también debo decir que ahora, cuando me hallo definitivamente aquí, entre mis amigos de Altea y ante este micrófono, una honda y sincera satisfacción fluye por mis venas y, por supuesto, quiero haceros partícipes de esa emoción que me embarga ante unas fiestas de Moros y Cristianos.

Por ello, y en primer término, deseo daros las gracias a todos por vuestra compañía y, fundamentalmente por vuestra disposición festera, base primordial de encuentros y amistades perdurables.

Por lo que acabo de indicar, y porque además puedo verlo y sentirlo palpable en el ambiente, sé que me encuentro ante un auditorio plenamente moro y cristiano, ante un público de cruz o media luna, ante un concurrencia expectante de que comience una batalla nueva entre ficción y realidad histórica, para que, como único rescoldo, quede la amistad entre los unos los otros, junto a la admiración de cuantos por Altea pasen en estas fechas especiales.

Altea, la Villa Blanca, es una joya que se pule día a día, una tierra preñada de Mediterráneo, bruñida de sol e iluminada de luna. ¡Cuan dichosos debéis sentiros, alteanos, de esta patria, a la que sin temor podría decirse capricho de Dioses. Y cuan orgullosos podéis alzar la frente, nacidos o acogidos en esta Altea de esplendoroso presente, pretérito regio y brillante porvenir.

Porque Altea, resulta, tiene la maravillosa virtud de cautivar a todo aquel que la conoce algún día. Quizás sea por la serena y amistosa acogida que en sus moradores se percibe, quizás por la seducción de sus rondas y paseos, o puede que se deba buscar la causa en la elección de las divinidades del arte que por doquier se imaginan.

Pero no quisiera yo que se me tachara de portador de evidencias, por el que Altea es un paraíso no es, claro está, un descubrimiento para nadie. Ya las embajadas mora y cristiana la califican de tal, pues dice el árabe:

“Altea, hurí de mi Edén, paraíso de mis sueños”
A lo que, con idéntico sentimiento, replica el cristiano:

“Altea, mi dulce Altea, mi paraíso soñado”
¿Puedo yo acaso encontrar más bellas palabras para definir a esta ciudad magnífica?
Seguramente no, y por ello es preferible que os quedéis con la expresión de vuestros embajadores que bien definen a Altea, “Paraíso de mis sueños”, “Mi paraíso soñado”.

Esta noche mágica del 25 de septiembre, Altea ve como sus calles se transforman en sendas por donde se conducen al galope las huestes cristianas; las playas en campos donde el belicoso sarraceno se base por esta tierra; y el cielo, en mudo testigo del fragor de la lucha y el sonido de la espada.

A lo lejos, se dejan ya sentir las notas de las marchas moras y los pasodobles cristianos. Ornamentadas caballerías aceleran el paso, firme hacia el encuentro entre ambos bandos. Banderas y estandartes de morisma y cristiandad rivalizan en adornos y filigranas; alfanjes, espadas brillan trémulos bajo el sol. Mahometanos y fieles rivalizan en poder, en gallardía y belleza, en coraje, temple y bizarría; en esplendor y apostura; y sobre todo, en anhelo, en ansia de hacer suya una tierra especial como esta que hoy nos acoge: Altea.

Sedas de mil colores cubren rostros de las favoritas agarenas. Tules que solo dejan ver la hermosura de unos ojos negros. El berberisco, escrutador y amenazante, observa esta costa con el único deseo de postrarla a sus pies, y después, amarla con vehemencia.

Pero no está la cruz cristiana dispuesta a dejarse arrebatar su tesoro. Por cualquier recodo, en todo punto, se forjan los aceros dispuestos a vencer o morir ante las huestes invasoras.
Pasión e ímpetu, ardor y delirio. Trabuco, bocarda, pólvora, armas y emblemas, bastión almenado, enseñas, estandartes, pendones, bonetes y turbantes, gobernadores y califas, Islam y Cristianismo, naos y bajeles, fuego y sinfonía: todo se halla dispuesto.

El fragor de la batalla se deja sentir ya en los corazones acelerados de cada combatiente. El fin bien vale la pena: Altea es el trofeo, y nade lo quiere compartir.
Comience, pues la lucha. Comiencen, pues, las fiestas de Moros y Cristianos.

Evidentemente, lo que estoy manifestando al respecto de Altea no es una alabanza gratuita ni obligada por las circunstancias particulares de esta noche, sino la expresión de una realidad que se me hace evidente, y que se presenta tangible al observar el amor de los alteanos hacia su tierra.

Pero no sería de justicia, y por tanto comprendería como lógico que se me reprochara, si no guardara un apartado de estos minutos para referirme a una de las suertes primordiales que acompañan a la Villa de Altea, y que no es otra que el de estar doblemente protegida: por Sant Blai y por el Santissim Cristo de Sagrari.

Obispo y mártir, Sant Blai observa atento todo lo que sucede en esta tierra que considera suya y a la Fe de los alteanos responde salvaguardando sus intereses.

Pero, no conforme con la gracia divina de contar con tan digno Patrón, es la confianza de Altea en el cielo suficiente para que se pueda repartir con el Santissim Crist del Sagrari. Esta Altea, que el propio Cristo ha querido hacer de alguna manera especialmente suya, es por tanto digna de una sana envidia por todos los que tenemos la suerte de poder gozarla, aunque sea brevemente.

Consideraos bienaventurados, alteanos, y tened en cuenta que en estas fechas festivas, hasta vuestros antepasados disfrutarán de un palco especial para ver las entradas mora y cristiana: en el cielo.


Dicen, y no voy a ser quien le quite la razón a los que así lo afirman, que una de las virtudes fundamentales de este tipo de parlamentos es la brevedad.

Pero, por supuesto, debo tener en cuenta antes de concluir, que el motivo básico de un pregón es el anuncio público de algo que a todos interesa. Y, qué mejor anuncio que el de que hoy y aquí se pone la primera piedra de los Moros y Cristianos 1992 en Altea.

Por eso, vais a permitirme que os invoque e invite a participar en esta fiesta de pólvora, música y color. Dejad por unos días de lado vuestros problemas cotidianos y caed inmersos en la fascinación de los festejos. Hoy Altea debe ser el centro de la tierra y sois vosotros quienes debéis acomodaros a la fiesta que brindáis y se os brinda.

Sólo me resta daros la enhorabuena y las gracias por vuestra atención, pero antes, alteanos, gritad conmigo:

¡Visca Sant Blai!

¡Visca el Santissim Crist del Sagrari! ¡Visca Altea!


Bona nit.


Miguel Doménech

EMISSIÓ EN DIRECTE